La mayoría de las familias emprendedoras y/o empresarias conocen los beneficios potenciales de una oficina familiar formalizada, pero crearla y personalizarla es una tarea compleja, e integrarla eficazmente en una organización más amplia no es siempre un proceso sencillo.

La decisión de poner en marcha una oficina familiar suele surgir a raíz de un evento de liquidez –con frecuencia la venta de uno o de todos los negocios familiares– o tras años de acumular beneficios extraordinarios sin una estructura formal para gestionarlos y redistribuirlos. Al reflexionar sobre los considerables honorarios que se pagan a las empresas de gestión de inversiones y patrimonio para proteger y hacer crecer esos activos, o sobre la privacidad y la personalización que podría ofrecer una estructura propia de la empresa y totalmente gestionada por ella, algunas familias se apresuran a crear una oficina familiar para coordinar servicios compartidos como la gestión de inversiones, la planificación patrimonial y la filantropía.

Sin embargo, menudo se olvidan de definir la visión y el propósito fundamental de la organización y pasan por alto cuestiones críticas sobre la gobernanza, incluyendo si tiene sentido poner en marcha una oficina familiar o si es mejor experimentar primero incorporándose a una oficina multifamiliar ya existente para comprender mejor todos los costes y beneficios.