En el mejor de los casos, la filantropía brinda a los miembros de la familia la oportunidad de reunirse e identificar intereses y valores compartidos, trabajar colaborativamente para alcanzar un cambio social importante y dejar un legado familiar que vaya más allá de un negocio operativo o una cartera de inversiones. No obstante, la realidad de la filantropía familiar a menudo es más compleja. Para conseguir el máximo impacto —en el mundo y en la familia— debe abordarse con la misma seriedad y rigor con que se gestiona una empresa familiar.

Por otra parte, la filantropía familiar también presenta varios retos específicos. Las posibilidades ilimitadas de la filantropía privada, combinadas con los retos de cuantificar los resultados en el sector social, implican que pueden darse visiones distintas —y a veces contrapuestas— de la filantropía familiar.

Es frecuente que las familias afronten estos dilemas por primera vez a raíz de la retirada o el fallecimiento del donante fundador o cuando alcanzan ciertos puntos de inflexión habituales en toda trayectoria, como las transiciones generacionales, las fluctuaciones de activos o los cambios en el liderazgo. Cuando se abordan de forma productiva, estos periodos de transición ofrecen a las familias la oportunidad de reflexionar y unirse en torno a una visión compartida de la filantropía, lo que asegura una continuidad sana. Pero cuando las familias no están preparadas ni equipadas para afrontar este tipo de transiciones, estos cambios pueden ser desestabilizadores y provocar que afloren dinámicas improductivas.